Una crítica al sistema de salud ha sido publicada en una prestigiosa revista de salud de Estados Unidos, en un artículo escrito por una joven estudiante de medicina de pre internado de la Universidad Iberoamericana (UNIBE), de República Dominicana .
El artículo, escrito por María Virginia Castaños , estudiante de medicina de cuarto año en UNIBE, describe de manera vivencial las dificultades que los pacientes deben enfrentar para recibir atención médica, así como las precariedades del sistema público de salud del país.
La joven estudiante hace una crítica amplia la cual pone en evidencia de manera magistral grandes debilidades, como son la deshumanización de la atención, la falta de coberturas, la escasez de los recursos para una atención efectiva.
En su artículo deja también al descubierto las grandes barreras que existen en un sistema de salud totalmente en colapso.
Todo desde una visión de estudiante practicante de hospital.
Este articulo fue publicado en la portada del último Journal de la American Medical Student Association en el mes de noviembre pasado. Se trata del órgano de difusión científica de esta asociación que agrupa a todos los estudiantes de medicina de los Estados Unidos y grupos externos disperses en toda la geografía universal.
Castaños forma parte de un grupo de estudiantes investigadores de UNIBE que desarrolla varios proyectos de investigación. La autora de esta relevante publicación, obtuvo una de las calificaciones mas elevadas a nivel mundial al presentarse este año en el step 1 del USMLE (United State Medical License Examination), el examen que deben tomar todos los médicos para ingresar a programas de residencies y especialidades en los Estados Unidos.
La articulista es hija del doctor Julio Amado Castaños Guzmán, rector de UNIBE y presidente del Patronato del Hospital General Plaza de la Salud. Su artículo se tituló “Crónicas de un sistema de atención médica negligente: el punto de vista de un estudiante de medicina».
Se lo dejamos intacto como fue publicado por la revista estadounidense:
Nuestro turno comenzó a las 8:00 A.M., los doctores llegaron a las 9:30 A.M. Dentro de unpequeño espacio de hormigón con 20 sillas, 50 personas esperan los 15 boletos para los afortunados que serían vistos por los médicos ese día. Era tarea de la enfermera escoger a los elegidos. Los otros tendrán que volver a madrugar para hacer fila y soportar otro día sin saber que les está pasando.
Tan pronto como la enfermera entrega los boletos, los demás deben irse; ¡Cómo si fuera tan fácil! Sin tickets en la mano, la enfermera comienza a recibir la carga de explosión emocional de quienes no serán atendidos. La gente exige ser atendida sin seguro y otros comienzan a discutir enojados. Pero los más se quedan en silencio, rezando un “Ave María”con la cabeza baja… decepcionados.
Cuando la multitud comienza a disiparse, de repente una dama cruza las puertas del consultorio donde mis cinco compañeros de la escuela de medicina y yo esperábamos nuestras instrucciones para el día. Era una envejeciente, con los ojos enrojecidos por las lágrimas que queman sus mejillas, exclamando que no éramos Dios para escoger quién era atendido y quién no. Al examinarla por lesiones, sus piernas inmediatamente llaman nuestra atención. Ambas extremidades estaban llenas de venas varicosas y tortuosas, como si fuera un tejido debajo de su piel. En la parte posterior de sus muslos, los vasos sobresalían del tamaño de las pelotas de golf. Nunca habíamos visto nada parecido: sus pies asomaban enormes, hinchados, rojos a través de sus gastadas sandalias.
Era una vista desgarradora; incluso alguien sin formación médica habría sabido que su condición era grave y que no debía estar caminando. Entre sollozos nos dijo que su dolor era insoportable, pero había esperado y esperado en el hospital durante los últimos tres días buscando la compasión de alguien. En shock pedimos una silla de ruedas, pero no había.
Junto con otros dos compañeros de clase, la acompañé a la sala de emergencias, creyendo ingenuamente que alguien podría ayudarla. Allí nos dijeron que no podían atender emergencias vasculares. Ella fue llevada afuera por uno de los asistentes quien le sugirió que fuera a un hospital que estaba como a 10 millas de distancia y de inmediato nos ordenaron volver a nuestras zonas.
La República Dominicana es un país del tercer mundo. Con una población de más de 10 millones de personas en 2015, sólo el 4,4% de su PIB se dirige hacia la atención sanitaria. La tasa nacional de mortalidad infantil es de 26 por cada 1.000 nacidos vivos. Tiene alrededor de 1,6 camas de hospital por cada 1.000 habitantes y tiene una de las mayores incidencias de tuberculosis en América Latina, con alrededor de 4.000 nuevos casos cada año.
Existe una gran brecha social que se percibe en casi todos los aspectos: educación, atención de la salud, servicios de vida, por nombrar sólo algunos. La mayoría de la población depende de los servicios públicos para cubrir sus necesidades. Pero, ¿qué es exactamente lo que ofrece el gobierno?
En nuestro aprendizaje, todos los estudiantes de medicina tenemos una vivencia como la que describí al inicio. Esta historia es sólo una de las muchas injusticias en el entorno de atención médica.
Los hospitales no solo carecen de la medicina y el equipo adecuados; sobre todo, carecen de humanidad. Hay miles de enfermos sin tratamiento, otros tienen el tratamiento, pero los médicos no siguen los protocolos. A esto se suma que los pacientes no son respetados y muchos mueren por enfermedades tratables.
Una vez que se nos presenta al inframundo de las instituciones de salud pública de nuestro país, los estudiantes de medicina afrontan realidad de los servicios públicos. Los protocolos médicos y elementos como sanidad y organización son inexistentes. Los hospitales están sucios, no hay una correcta ambientación y el calor se incrementa por la cantidad de personas. Las habitaciones están superpobladas, a menudo con cinco o seis pacientes, sin privacidad. Un olor único y amargo resultante de una mezcla de sudor, blanqueador y carne humana inunda el aire. Los perros callejeros, las palomas y las ratas son una parte de la población del hospital.
Como estudiantes, vamos a estas instituciones llenos de entusiasmo, hambrientos de conocimiento y experiencia, irónicamente aprendemos mucho porque la medicina se experimenta a un nivel completamente diferente al de la mayoría de los países desarrollados. ¿Pero a qué costo?
Los cuatro principios bioéticos básicos – «Justicia, Autonomía, Beneficencia y No Maleficencia» – que sirven de base para la práctica médica universal y la relación médico-paciente, son inexistentes en nuestras instituciones de salud pública.
¿Dónde está la justicia cuando algunos tienen acceso a una excelente atención médica y otros ni siquiera pueden obtener una aspirina? ¿Dónde está la autonomía cuando los médicos mienten a sus pacientes con respecto a su condición para cambiar el tratamiento? ¿Dónde está la beneficencia cuando los médicos ignoran el grito de dolor de los pacientes abandonados? ¿Dónde no se hace daño cuando los médicos ignoran el protocolo y el tratamiento adecuado?
A lo largo de los años, el gobierno ha intentado reformar el sistema mediante la implementación de una red dividida por niveles de atención basados en la complejidad de los servicios. El nivel primario comienza en una «Unidad de Atención Primaria» (UNAP), diseñada para servir como puerta de entrada a otros niveles mucho más complejos.
En teoría se supone que está disponible en cada comunidad y cubre 500 familias cada uno. Es un centro para el tratamiento de condiciones comunes y prevención. Si el paciente necesita una atención más especializada se refiere a otro nivel de atención.
La UNAP busca descongestionar los centros de segundo y tercer nivel, que son los hospitales que proporcionan servicios complejos como la atención especializada, procedimientos quirúrgicos y la UCI. El sistema conecta los diferentes niveles de atención a través de referencias de médicos a otros centros. Parecería que todo esto ayudaría a reducir los costos y aumentar la cobertura de los que realmente necesitan.
Hay que decir que estas «unidades» pueden tener un buen manejo de pacientes vulnerables, como es el caso de los VIH positivos y tuberculosos. Los pacientes reciben medicamentos diariamente en el centro y pueden tener calidad de vida. Los pacientes también tienen acceso a las vacunas, desde los neonatos hasta los adolescentes. Sin embargo, en este último caso, debido a los recursos limitados, las vacunas no están disponibles de manera consistente, dejando a grupos enteros vulnerables a enfermedades prevenibles.
Esta misma falta de recursos los hace inoperantes para tratar casos que pueden resolverse en estas unidades, viéndose en la necesidad de referir casos menores a hospitales de otros niveles de atención, algo que va en contra del rol que deben desempeñar.
La República Dominicana es un país tropical donde puede llover todo el año y siempre es cálido y húmedo. Esto crea el entorno perfecto para la propagación de enfermedades, sobre todo las transmitidas por vectores. Cada año el Dengue, Zika, Chikungunya y Leptospirosis se cobran la vida de personas.
A pesar de ser recurrentes, las autoridades no han logrado ser efectivas en el control de los brotes. Esto se debe a la falta de recursos y la incapacidad del Ministerio de Salud Pública para crear un protocolo estandarizado para el control vectores, pero también a una gestión inadecuada del agua, la recogida de basura y la poca educación de la población en materia de prevención.
Cuando la temporada de lluvia golpea, los pacientes acuden en masa a los hospitales buscando atención. Muchas personas mueren por enfermedades que son fáciles de tratar; en la mayoría de los casos, solo se requiere de hidratación, alivio del dolor y observación.
Pero cuando factores tales como la desnutrición, insalubridad, hacinamiento o la pobreza entran en la ecuación de la salud, los resultados son desastrosos, sobre todo si se complementa con una inobservancia de los protocolos.
Si existe evidencia de que una atención adecuada incide en la baja de la mortalidad en pacientes con Dengue, Zika o Leptospira que se tratan en instituciones privadas, entonces, ¿por qué cada año miles siguen muriendo de la misma enfermedad tratable y recurrente?
La respuesta es por la disparidad entre instituciones públicas y privadas. De hecho, los estudiantes de medicina y los médicos tienen dos actitudes completamente diferentes según el entorno en el que están practicando. En el sector público, los estudiantes vemos las situaciones más extremas. En el privado seguimos viéndolas, pero el abordaje es diferente.
Mientras en un hospital el tratamiento de una IU podría incluir lo que esté disponible, tal vez una penicilina genérica, un simple análisis de orina y una oración; en una institución privada, el médico podría prescribir un antibiótico específico de acuerdo a la problemática, ordenar laboratorios, comprobar las complicaciones, pero sobre todo dar el seguimiento.
Los mismos médicos que trabajan en ambos sistemas están obligados a realizar un abordaje diferente del mismo problema dependiendo de donde esté. En mi país, el cuidado de la salud no es un derecho, sino como un lujo.
Pero no solo es el paciente, el sistema de salud local también tiene un impacto en los médicos. Estas condiciones extremas los desafían y las habilidades son probadas al máximo. En condicionesde gran precariedad, médicos y futuros médicos, tratamos de dar el mejor. Como jóvenes estudiantes, tratamos de reconocer que nuestra responsabilidad no es sólo de identificar un conjunto de síntomas, sino al ser humano detrás de ellos y de entender sus obstáculos personales y la necesidad que los llevó a nosotros.
El objetivo es no sólo tratar una enfermedad, sino ser integrales, centrándonos en el bienestar fisiológico y social de nuestro paciente.
El diagnóstico no sólo debe ser el nombre de una enfermedad, sino entender el impacto que tendrá en la vida de quien lo recibe. Como estudiantes, enfrentar esta realidad no es fácil. Una buena descripción para entendernos sería algo como ver un edificio entero ardiendo y tratar de apagar las llamas con un vaso de agua.
Aunque no podemos cambiarlo todo ahora, estamos obligados a asegurarnos de que cada paciente que vemos obtenga lo mejor que podemos ofrecer y que se sientan comprendidos y respetados. Los estudiantes, apelamos a que todos los médicos del sistema de salud vuelvan a su esencia y recuerden por qué querían ser médicos, en primer lugar.
Por María Virginia Castaños