La edad cronológica lleva consigo una serie de cambios propios del proceso de envejecimiento natural o biológico que involucra a todos sus sistemas orgánicos.
La piel, uno de nuestros órganos, no se escapa de esos cambios. Además de los factores genéticos, hormonales, metabólicos que están involucrados, existen factores medioambientales, culturales, que también contribuyen a que la piel de los adultos mayores manifieste condiciones que también aparecen en las uñas y el pelo.
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Dentro de los cambios que muestra la piel de los adultos mayores podemos observar atrofia, laxitud o flacidez, arrugas, resequedad, cambio de color (diversas manifestaciones en este sentido). Muchos están relacionados con nuestra genética o herencia y al mismo tiempo, como hemos mencionado, por factores medioambientales, sociales, culturales.
Se ha descrito que más del 90% de los cambios cosméticos de la piel en el adulto mayor están provocados por la radiación ultravioleta (luz solar). La exposición a la luz solar durante años y de forma excesiva y sin protección induce cambios directos e indirectos. Se deterioran fibras elásticas y de colágeno que permiten expresar laxitud o flacidez, efectos a los que también contribuyen la pérdida de masa muscular y masa ósea. Se va desarrollando un remodelamiento corporal y cutáneo propio del envejecimiento.
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Quizás los cambios seniles más obvios son las irregularidades pigmentarias, más perceptibles y desarrolladas en las pieles claras.
Aparecen manchas amarillentas, marrones o negruzcas y también pequeñas manchas (“puntiformes”) de color claro o blanquecino, que muchas personas atribuyen a la “herencia”; pero que principalmente se deben al efecto de la luz solar y generalmente aparecen en la cara, escote, y la parte externa de antebrazos y dorso de manos donde la exposición solar es común.
Los efectos de la radiación ultravioleta se van adquiriendo desde la infancia y adolescencia y se manifiestan a partir de los 50 o 60 años de edad.
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Cuando la exposición solar se realiza durante muchos años y principalmente en pieles claras, es posible además que se desarrollen afecciones premalignas y/o malignas, por eso siempre debemos revisar estas áreas para notar algún cambio y asistir a consulta.
La aparición de canas o pelos grises puede tener una influencia genética y observarlas tempranamente (en personas jóvenes), pero lo que naturalmente debe ocurrir es que las canas inicien su aparición a partir de los 35 años y que sean más abundantes a los 50 años.
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Podríamos decir que la canicie en cuero cabelludo y otras áreas corporales es un “cambio esperado” y que tratarlas solo tiene una razón de preferencia personal en cuanto al aspecto cosmético. Los pelos canosos son más gruesos y pueden cambiar en su forma o textura.
Aunque puede ocurrir en ambos sexos, en el hombre es más común y evidente que ocurra la pérdida de pelo en el cuero cabelludo (calvicie o alopecía). En muchos casos se manifiesta como pérdida de densidad (cantidad de pelos) y en otros casos es evidente, presentándose diversos patrones (entradas en la frente, en la coronilla, etc.).
Respecto a los cambios hormonales que acompaña al envejecimiento, existen diferencias entre el sexo masculino y femenino. Con la llegada de la menopausia, la secreción sebácea se reduce en la mujer y la piel facial y de otras áreas puede manifestar diversos grados de resequedad.
Es importante utilizar jabones o geles de baño sin detergentes en su composición, aplicar cremas humectantes y emolientes después del baño y cuando sea necesario.
Las uñas pueden hacerse frágiles y presentar líneas o surcos en la superficie. Cuidarlas con aceites o cremas ejerciendo un suave masaje puede contribuir a mejorar los mismos.
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Los capilares cutáneos se hacen más frágiles de lo habitual y ante cualquier trauma, incluso leve, pueden romperse y presentarse hematomas o lesiones purpúricas que son comúnmente observables en antebrazos y brazos. Esta condición puede ser más evidente en el caso de que la persona ingiera algunos medicamentos para mejorar la circulación sanguínea como por ejemplo aspirina y otras sustancias.
En caso del adulto mayor encamados o con limitaciones de movimiento, deben ser revisados y realizar cambios de posición o utilizar colchones de agua o aire que no permitan el constante apoyo de las prominencias óseas (espalda baja, talones, etc.) para evitar y no se desarrollen úlceras en esos puntos, conocidas como úlceras por decúbito, úlceras por presión. Igualmente si utilizan ropas interiores desechables, deben revisarse y cambiarse cada vez que estén húmedas o con material de desecho.
Aunque lo que hemos mencionado hasta este punto son cambios propios (fisiológicos) de la evolución natural de la piel con los años, la piel del adulto mayor puede padecer las mismas enfermedades cutáneas que la piel de cualquier edad, siempre tomando en cuenta que la incidencia y prevalencia de cáncer de piel, úlceras de piernas, verrucosidades, resequedad y sensación de picazón y otras situaciones, son más comunes en personas mayores.
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Con el enfoque preventivo que debe imperar en los servicios médicos, la piel de los envejecientes debe atenderse utilizando jabones sin detergentes, utilizar cremas humectantes, protegerse de las radiaciones solares, alimentarse correcta y sanamente, ingiriendo líquidos de acuerdo a la condiciones generales de cada persona y siempre acudir a un servicio de dermatología que podrá manejarles y orientarles con esmero y profesionalidad y siempre tener presente que son cambios propios de nuestra evolución como seres humanos, que debemos esperar con entusiasmo y agrado por los años vividos.
Por Dr. Manuel Cochón Aranda
Médico dermatólogo
Coordinador Residencias Médica del Instituto Dominicano y Cirugía de Piel