Los papeles de Isabel me han salvado el pellejo en más de una ocasión. Muchos critican el método artesanal de llevar las cosas, incluyendo las finanzas empresariales, pero sigue siendo válido ese método. Y mucho.
Desde su tumba, Isabel sonríe. Este chicuelo que llegó a CICOM a sus 19, con sueños tan amplios como el cielo y los bríos de un corcel de sabana, fue siempre su prenda linda. Oró por mí, me cuidó la espalda, me alejó el mal en sus regios silencios. Fue mi sombra protectora y lo sigue siendo.
A ella le debo salvarme de la falacia, las grafías imprecisas para joderme, los conjuros de lenguas de infierno. Estuvo en las tempestades, cuando el barco se zarandeó por el ímpetu de las olas, Isabel no apartó sus manos del mástil para mantener las velas. Fue faro iluminando el camino oscuro de las incertidumbres.
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Cuando un nuevo equipo financiero asumió responsabilidades, atentó contra su trabajo. Me la quisieron echar a un lado como un macuto roto, inservible. Y yo me planté en dos patas: NO, no me la toquen.
Era tan noble esa mujer que en dos ocasiones me renunció y me devolvió las transferencias de sus pagos porque entendía que tenía una botella. Y se la rechacé. Cuando me cansé le dije lo que pesaba: Isabel, aunque tenga que salir a pedir con un jarro, no te voy a abandonar en el momento más difícil de su vida. Su hija, Argeny, que también lleva de etiqueta genética sus valores, me dijo al tiempo que lloró tras el silencio del teléfono.
Un día le llegó la sentencia que temió toda la vida: los quistes empezaban a ahogar sus pulmones, un padecimiento genético que mandó al cielo a varios de sus hermanos. Empezó un largo viacrucis que la llevó por salas de clínicas, unidades de hemodiálisis y soledades en su habitación. Pese a los embates, nunca dejó de sonreír y de sostener mis espaldas descubiertas.
La visité tres días antes de partir de este mundo y nos dimos cariño, probé el delicioso sazón de su comida y mi siesta habitual me la cuidó como una madre que cuida de su hijo.
Isabel la siento presente cada vez que sus papelitos artesanales, pruebas contundentes de mis caminos financieros, me saltan a los ojos ante nuevas embestidas. Y pienso: aún desde el cielo Isabel sigue cuidando mis espaldas.
Por Pedro Angel