Santo Domingo.- La voz popular de los naturales de la isla, por antonomasia española, atribuye la formación de los rámpanos a una variedad de la nigua, que designa con el nombre de colorado.
Este animalillo es invisible a la simple vista, y según la teoría vulgar, se introduce en el cuero y carne, produciendo por primer síntoma una pequeña vesícula, acompañada de un cosquilleo ligero, agradable al principio, molesto después hasta convertirse en un verdadero prurito.
La comezón se va graduando cada vez más, y bien pronto se hace insoportable; el enfermo se rasca entonces sin piedad, sintiendo de pronto un ligero alivio, que en breve desaparece, para presentarse con más violencia la insoportable picazón.
Nuevos rascamientos desgarran las vesículas iniciales, y ya entonces el picor es sustituido por un dolor intenso y profundo. El enfermo, al examinar su extremidad, observa sorprendido que lo que creyó simplemente una erupción de carácter escabioso, es una colección de úlceras de más o menos profundidad, acompañada de abundante secreción de pus icoroso, y dolorosas al más leve contacto.
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El sitio donde se presentan los rámpanos es en los extremos inferiores, en los cuales se limita a hacer su aparición en la pierna y pie, rarísima vez se ha observado alguno en el muslo, y más rara aún ha sido su presentación en los extremos superiores y en el tronco.
La vesícula inicial al romperse con la uña o cualquier otro frote, se convierte en una úlcera circular de unos cuatro o cinco milímetros de diámetro; su color es pardo negruzco; su fondo, excavado como un alvéolo, se halla cubierto de sanies fétida y sanguinolenta; sus bordes, de color blanco sucio, limitan granulaciones fungosas que brotan copiosamente sangren al menor contacto.
Generalmente se observan en la misma pierna cinco o seis ulceritas cual las anteriormente bosquejadas, separadas unas de otras por una distancia de uno a dos centímetros, y bastan pocos días para que la mancha progresivamente invasora de la enfermedad, se vayan aumentando los diámetros de las llaguitas, hasta el punto de formar en breve entre todas una extensa y profunda úlcera, fundiéndose las en un tiempo flictenas, erosiones después, y más tarde ya rámpanos rudimentarios.
Generalmente hablando, al estado en que se presentaban en la primera vista de los hospitales permanentes de Santo Domingo era el siguiente: demacración general, estupor, aspecto de senectud prematura, fiebre más o menos alta, diarrea, dermatosis sumamente variadas, completando los síntomas del hábito exterior el conjunto de la mayor miseria, unido al más repugnante abandono de policía personal; poniendo al descubierto el rámpano, la fetidez que exhalaban es indescriptible.
De cien veces, las noventa se veían pulular por la extensa úlcera centenares de gusanos de unos cuatro milímetros de longitud por dos de diámetro. Reiteradas fomentaciones extinguían tan incómodos huéspedes, y ayudaban a desprender los coágulos negruzcos sucios o grisáceos, formados por la sangre y sanies exhalada en los cuatro o cinco días que el enfermo no era curado, pues escasos los médicos en los campamentos, iban los enfermos confiados a la Providencia en su tránsito desde el cantón que ocupaban hasta la capital.
Fomentada en la debida forma la enorme llaga, se presentaba entonces a nuestra vista una extensa ulceración, de forma irregular casi siempre; a veces se observaban vestigios de pequeñas úlceras circulares, recientemente unidas o próximas a reunirse; pero lo general era ver una gran úlcera de dimensiones extraordinarias, pues no en pocas ocasiones de la pierna, desprovista de piel y tejido celular, se desprendían en la primera curación músculos como los tibiales anterior y posterior, y los gemelos, los cuales se deshacían convertidos en repugnante putrílago, a medida que los fomentos disolvían la sanies que infiltraba sus disecadas fibras.