Cáncer de mama y epigenética: cómo moldeamos nuestros genes

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epgenticaeq.jpgSan José.- .- En América Latina y el Caribe, el cáncer de mama es el tipo de cáncer más frecuente en las mujeres, siendo además el segundo más mortal.

Según la Organización Panamericana de la Salud, en el continente americano cada año más de 462 mil mujeres son diagnosticadas con cáncer de mama, falleciendo aproximadamente 100 mil a causa del mismo.

Lamentablemente, esta impactante realidad no excluye a nuestro país. La República Dominicana posee una de las tasas de mortalidad más elevadas de toda América, acompañada de países como Barbados, Bahamas y Trinidad y Tobago.

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En los últimos años, un campo emergente de la genética denominado “epigenética”, ha sido muy discutido. Imagine que usted pudiese modificar la forma en la que funcionan sus genes, dependiendo de sus hábitos y estilo de vida.

Precisamente esto representa una de las bases de estudio de la epigenética, la cual se centra en el análisis de la totalidad de los elementos reguladores o transformaciones que puede sufrir el código genético, sin alterar la secuencia propia del ADN.

Distintos estudios han demostrado que las modificaciones epigenéticas tienen una influencia directa en numerosas enfermedades, incluyendo el cáncer de mama.

Estas representan un tema de mucho interés en esta patología, debido a que influyen en su patogénesis participando en el silenciamiento de genes supresores de tumores o en la sobreexposición de oncogenes, lo que se traduce a su vez en una estimulación de las vías tumorigénicas, dando lugar al cáncer.

De igual forma, los mecanismos epigenéticos se encuentran mediados por factores externos como nuestro ambiente y hábitos, lo que nos permite comprender que el cáncer no se limita exclusivamente a una predisposición genética, sino que nuestro estilo de vida tiene una gran influencia en su desarrollo.

Nuestro día a día, lo que comemos, la cantidad de actividad física que realizamos, nuestro consumo de alcohol, así como el ambiente en el que nos desarrollamos; todos estos elementos influyen sobre la expresión de nuestros genes.

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En lo que concierne al cáncer de mama, hay ciertos compuestos que pueden modificar la estructura de la cadena de ADN. Esto se puede observar en la acción de un compuesto que se encuentra en el té verde, denominado epigalocatequina-3-galata, el cual tiene la capacidad de llegar a activar genes que habían sido silenciados durante la enfermedad. En el cáncer de mama esto se da a notar por la reactivación de un receptor, REɑ, que reprime la proliferación de este.

De manera similar, la soya posee isoflavona que tiene propiedades anticancerígenas y puede incitar la muerte programada de las células cancerígenas.

Esta acción de la soya se ha visto exclusivamente en la población asiática, posiblemente vinculada a la alta cantidad de soya que consumen.

Sin embargo, de acuerdo con estudios hechos en roedores e in vitro, la soya también puede imitar la acción del estrógeno y, como consecuencia, puede llevar al aumento de las células cancerígenas en los tumores que son sensitivos a esta.

El consumo de carne roja, por otro lado, es un factor de riesgo porque, al cocinarse a temperaturas altas, pueden ocurrir mutaciones genéticas y la creación de compuestos posiblemente cancerígenos. Lo más recomendable es limitar el consumo de esta carne a tres porciones por semana que están representadas por 350 a 500 g de carne cocinada. Además, a las vacas le inyectan estrógeno cuyo papel en el cáncer de mama se describió previamente.

En el caso del cáncer de mama, el realizar ejercicio durante un año ha permitido mayor actividad por parte del gen APC, que se encarga de inhibir la formación de tumores en el tejido mamario.

Así mismo como la actividad física presenta beneficios, su carencia trae consigo consecuencias importantes como la obesidad. Esta se determina usando el Índice de Masa Corporal (IMC); si este es igual o mayor que 30 la persona es considerada obesa.

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En un estudio que se llevó a cabo en pacientes con un tipo de cáncer de mama receptivo a hormonas (ER+), se pudo asociar el IMC con una menor actividad del tejido tumoral en aquellos genes que juegan un papel en la reparación del ADN y la respuesta inmune. Cabe destacar, que esta relación no fue evidente en las mujeres postmenopáusicas.

Por otro lado, la ingesta de alcohol, que forma parte del día a día de muchas mujeres, constituye el factor que presenta con mayor frecuencia relación con el desarrollo de cáncer de mama y su mortalidad.

En este mismo sentido, se ha demostrado que el consumo de alcohol aumenta el riesgo de padecer cáncer de mama, independientemente del tipo de bebida alcohólica y el estado menopáusico. Esto puede estar relacionado a que el etanol incita la transformación celular, la actividad tumoral y la metástasis.

Varios estudios en pacientes con cáncer de mama, han puesto en evidencia hallazgos que asocian el consumo de alcohol con cambios en los patrones epigenéticos del tejido tumoral mamario. Las alteraciones incluyen la inactivación de la expresión de los genes ESR1 y CDH1. El ESR1 permite la recepción de estrógenos en la mama, por lo que su inactivación impide el tratamiento endocrino (8).

El CDH1 por su parte, da órdenes para la producción de la cadherina E, una importante proteína de adhesión; por consiguiente, la inactivación del gen CDH1 promueve la evolución del cáncer, tornándolo más agresivo, y el aumento de las posibilidades de metástasis.

La exposición a agentes contaminantes también presenta influencia en la alteración de procesos epigenéticos del ADN.

Algunos estudios han asociado el uso constante de dioxinas con alteraciones de patrones epigenéticos, que en parte contribuyen a un mayor riesgo de desarrollar cáncer de mama, mientras que otros han descrito un aumento en la expresión de la enzima histona metiltransferasa EZH2 luego de que los pacientes son tratados con boro-fenilalanina, que promueve la proliferación de las células tumorales.

De esta forma, se puede apreciar que el estilo de vida influye de manera directa en la salud del individuo. Un hábito altamente perjudicial para la salud, como lo es el alcoholismo, representa un alto grado de riesgo tanto para contraer como para el agravamiento de la enfermedad, e incluso el aumento del riesgo de mortalidad; esto, sin importar en qué etapa de su vida se encuentre la mujer. Además, ciertas sustancias tóxicas a las que se esté expuesto, sin saberlo, tienen la capacidad de afectar el funcionamiento normal de los genes, y por tanto, afectar la salud al desencadenar procesos que incrementan el riesgo de padecer cáncer de mama, y en caso de padecerlo, podría empeorar el estadío tumoral.

La nutrición trae consigo tanto inconvenientes como beneficios en lo que incumbe al cáncer de mama. Asimismo, la actividad física provoca cambios epigenéticos favorables para la mujer dado que suprime la creación de tumores. Sin embargo, su ausencia puede conllevar a la obesidad cuyo efecto epigenético cae sobre los genes encargados de la respuesta inmune y reparación del ADN.

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Por ende, el estilo de vida conlleva un efecto sobre el desarrollo o la exacerbación de ciertas enfermedades, dentro de las cuales se encuentra el temido cáncer de mama.

Mediante esto se rompe el paradigma de que las enfermedades como el cáncer tienen un origen exclusivamente genético, evidenciando así el rol que juega la epigenética en el desarrollo del cáncer de mama, y dejando claro que es esencial procurar mantener hábitos saludables.

Por las estudiantes de medicina del INTEC de segundo de año, Marilexis Paulino, Carolina Mendoza y Sanil Duvergés.