Santo Domingo.- La España del Siglo XV creó una instituciónn con la que regulaba el ejercicio y práctica de la medicina y era la encargada de dar las autorizaciones a los diversos actores de la salud para el ejercicio de su quehacer, como sangradores y barberos.
Una de las características principales de la colonización española del Nuevo Mundo fue el paulatino traspaso de instituciones castellanas a estos nuevos territorios.
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En Castilla funcionaba desde los primeros años del reinado de los Reyes Católicos el Real Tribunal del Protomedicato, instituciónn médica cuyo objetivo era cuidar el ejercicio de las profesiones médicas así como ejercer una función docente y atender la formación de estos profesionales tratando con ello de garantizar un correcto tratamiento médico de los ciudadanos.
Su creación se institucionaliza en la Real Cédula del 30 de marzo de 1477 y en 1579 Felipe II emite una pragmática que la reforma en múltiples aspectos y la implanta en el Nuevo Mundo: deseamos que nuestros vasallos gocen de larga vida y se conserven en perfecta salud.
Tenemos a nuestro cuidado proveerlos de médicos y maestros que los enseñen y curen en sus enfermedades, y para eso se han fundado cátedras de medicina y filosofía en las universidades más principales de las Indias.
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Es así que, en los primeros años del Siglo XVI, se estableció en Santo Domingo el primer Protomedicato de América al que se le dio el nombre de Protomedicato Edil, ya que eran los alcaldes y las personalidades de cada poblaciónn quienes lo componían, posteriormente sustituido por el Protomedicato Universitario, aun cuando desde 1494, ya existía en La Isabela un tribunal en condiciones de autorizar estas mismas funciones a los que lo solicitaren.
En 1511 y según las notas de Francisco Guerra, existía en Santo Domingo un protomédico, el bachiller en medicina González Velloso, y en 1517 el Obispo de Tuy nombraría un nuevo protomédico.
Ese protomedicato hubo de enfrentar la primera epidemia de viruelas del nuevo mundo. En 1519 se otorgó poder al licenciado Pedro López, al doctor Barrera y a un boticario residente en Santo Domingo, para ejercer como protomédicos en esa ciudad con la labor de “examinar, por lo tanto, físicos, cirujanos, especieros, herbolarios, oculistas, ensalmadores, maestros de curar roturas y curar bubas, así como maestros en curar enfermos de lepra”.
Durante mucho tiempo se estuvo autorizando a personas que no reunían los requisitos necesarios para ejercer dichas funciones, pero que por medio de influencias o amiguismos lograban obtener el permiso que necesitaban para ello.
Hacia el año 1528, Hernando de Sepúlveda solicitó ser parte del tribunal del protomedicato, de forma ad honorem, con capacidad para sangrar y curar llagas y hacer ungüentos.
Sin embargo, su estancia en Santo Domingo fue breve pues en 1537 se encontraba en Perú.
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Se estima que para el 1530 no había médicos que formaran parte del tribunal del protomedicato, razón por la cual esa función la ejercían los ayuntamientos como ya habíamos mencionado.
En el 1559 llegó a la Isla Española el licenciado Juan Méndez Nieto, quien en el tiempo que residió en Santo Domingo escribió uno de los primeros textos médicos que se conocen en América, de amplia difusión en Colombia.
Hemos de señalar que Juan Méndez Nieto obtuvo el permiso para ejercer como médico por el cabildo sin presentar examen ante tribunal médico alguno.
Este médico, judío converso y egresado de la Universidad de Salamanca, vino a estas tierras buscando refugio de intrigas, andanzas y del Santo Oficio.
Ya aquí, y a causa de la efectividad, capacidad de trabajo y dedicación a éste, tuvo enfrentamientos con otros médicos de la ciudad menos diligentes, y a ello le sumamos el hecho de que el Santo Oficio le seguía los pasos y ya se preparaba para confiscarle sus bienes, se vio urgido a emigrar rápidamente nueva vez, esta vez a Cartagena de Indias.
Por el doctor Herbert Stern, médico oftalmólogo y director del Centro Oftalmológico de Santo Domingo.