Eloy

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Santo Domingo.- El “tijera”. De poco hablar desde lo conocí, circunspecto y prudente. Sabio sin desperdicio y buen amigo. Desde jovenzuelo abrazó la lectura y escritura de la mano de Jimmy Sierra y los vates que en los 80 sacaban el pechito de discursos literarios en las calles del ensanche La Fe y Villa Juana.

Cuando nos topamos en la UASD, en esas aulas críticas de conocimientos seculares, me hice amigo de Eloy Tejera. Me gustaba la moda de ese tiempo y a él los libros. Don Luciano, su padre, uno de los hombres más sabios salidos del campo, nacido en las tiernas tierras de Gurabo, cuidaba con celo de toda mala influencia a ese mozuelo de 17 años que se abría como capullo al mundo y al conocimiento.

Me presentó a Stefan Sweig y otros grandes escritores, me tomó de la mano para conocer las mariposas, el silencio profundo de los cementerios y los versos profundos de las poetas. Con su madre, aprendí que se puede trabajar duro y a la vez sonreír frente a una flor.

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Eloy pasó 10 años en Nueva York, se hizo ciudadano y regresó a su país: le apestó el metal, el curtido de los trenes subterráneos, los vahídos de poetas amigos que morían con la nostalgia roída en la ciudad de hierro.
Cuando llegó al país tiró quemó naves y tiró anclas, tras un legado de varios libros de poemas publicados en

La Gran Manzana, uno de los cuales obtuvo un premio internacional.

Se instaló en este territorio de mujeres graciosas que bailan bachatas armoniosas, de hombres que cuentan botellas de cervezas en colmadones y de gente que, como yo, aún cree en su país y lucha por mejorarlo.

Pero no vino solo, trajo en sus espaldas las vigencias, los dolores, los chirridos de una ciudad brutal que no pudo doblegarlo. Tras años interiorizando las historias, ahora vuelca una parte de ellas en su libro de cuentos cortos titulado “Historias crueles de N.Y. y otras latitudes”. Apenas empiezo a leerlo y saboreo sus páginas.
Narra, en su contenido, los fríos infernales, los caminos de los trabajadores, las desgracias, la modernidad a contrapelo y las reflexiones que tuvo en esa ciudad.

Con este libro, otro similar sacó debajo de la manga: Novelita de vaqueros.

Eloy, a sabiendas de que en países como el nuestro leer es una fantasía y comprar un libro un pecado, está mercadeando sus dos obras de forma ingeniosa: ha llamado a los amigos para que le patrocinen compras limitadas de los dos libros para costear la impresión y los viajes de presentación. Una forma humilde de caminar el camino ancho.

Yo, amigo, lector, amante de las delicias de sus textos, invito a buscar esos libros, así contribuimos con nuestros escritores y degustamos lo bueno de sus reflexiones.

Por Pedro Angel

prensapedroangel@gmail.com