Homenaje a los “Maestros de la Medicina”

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Cuando a una persona se le reconoce el desarrollo de los talentos por Dios otorgados con un lauro como el de Maestro de la Medicina pasa a ser propiedad de todos, pues, de alguna forma ha influenciado nuestro hacer cotidiano con las enseñanzas de su entrega.

Por ello, le debemos agradecimiento de corazón a los doctores Julio Amado Castaño Guzmán, Rubén Darío Pimentel, José Ludovino Sánchez, Erasmo Vásquez Henríquez y Heriberto Rodríguez Bonet, profesionales cabales, honestos que dedicaron su vida al que hacer médico en las diferentes dimensiones: ejercicio abnegado, investigación sistemática, docencia apostólica y la administración para el correcto funcionamiento de los centros asistenciales.

Todo lo anterior se dimensiona cuando ocurre en un proceso de transformación donde el contexto no se hace propicio para el desarrollo de dichos talentos. Efectivamente, la postmodernidad ha variado el entorno hospitalario.

El flujo migratorio rural urbano modifica el componente demográfico por el consecuente aumento de la densidad poblacional; la revolución tecnológica presiona a los centros para la adopción modernas y más seguras tecnología de diagnostico y tratamiento.

Además, la variación del marco legal impone el reto de un modelo de organización de los servicios donde el hospital pierde el rol protagónico pasando el mismo a las personas; ocurre una variación en la dinámica económica que de alguna manera impacta la evolución de la cultura y una modificación del ecosistema.

Estos cambios propician la ruptura de la rigidez organizacional burocrática, características de estructuras hospitalarias de larga data, que basa el control en el respeto al principio de la jerarquía y las órdenes, con el consecuente desarrollo sin planificación del crecimiento del centro, la variación de la técnica por el impacto tecnológico sin la debida previsión del riesgo a los pacientes, la falta de planeación estratégica que oriente las metas para asumir los cambios necesarios para fortalecer la cartera de servicios.

De esta situación se desprenden dos características del actual contexto hospitalario. Una es la tendencia a la departamentalización descontrolada por la súper especialización médica con la consecuente diferenciación al interior de los servicios médicos hospitalarios, creando subsistemas independientes. Lo que aumenta dificultad para la integración funcional de dichos servicios con la consecuente pérdida de la continuidad de la atención y de la visión integral del ser humano que ha perdido sus facultades producto de la enfermedad que le aqueja.

La otra consiste en la degradación de los niveles de la organización con la degeneración funcional del nivel institucional, la virtual desaparición del nivel medio y el descontrol total del nivel operativo.

Las funciones de los niveles son asumidas por la figura del director, quedando el funcionamiento de los servicios a merced de su discrecionalidad, conociéndose no pocos casos de que los mismos fungen hasta en el nivel operativo,

De ahí que las direcciones hospitalarias, salvo honrosas excepciones, hayan perdido el control de la producción de los servicios de salud y sus funciones las realicen dentro del espacio triangular del confort que les garantiza comodidad y seguridad laboral.

Dicho espacio está delimitado por el equilibrio de tres vértices: el ministerial, mediante el aparente mantenimiento de la sanidad de los procesos administrativos financieros; el político, por la aceptación de las distorsiones manadas de la politiquería clientelar y el sindical, a través de la aceptación como norma de la violación de los procesos necesarios para garantizar la seguridad en la prestación de los servicios de salud a los pacientes.

Al pasar a un plano secundario el objetivo misional del hospital, ofertar servicios de salud seguros con el menor riesgo a los pacientes, no es de extrañar la consecuente poca humanización del personal del centro al atender a las personas, la discontinuidad con la pérdida de oportunidad para el tratamiento de su enfermedad, y la mala calidad del servicio a los pacientes hospitalizados con los consecuentes resultados del aumento de los efectos adversos por encima del estándar permitido y el aumento de las muertes evitables en el interior de los centros.

Es en ese contexto que Julio Amado, Rubén Darío, Ludovino, Erasmo y Heriberto, los recientes integrantes del selecto grupo de hombres y mujeres exaltados a Maestros de la Medicina, en las lides del ejercicio médico en los hospitales mostraron que era posible hacer más con los recursos disponibles.

De ahí que, además de una placa de reconocimiento, el homenaje a los “Maestros de la Medicina Dominicana” se completará con la firma del acuerdo que propiciará las condiciones para el ejercicio de las dimensiones de la profesión médica en los hospitales públicos del país, de forma tal que los excluidos sociales puedan beneficiarse del fundamental derecho a la salud.

Por Roberto Lafontaine