Es para leer despacio. Hoy iniciamos una serie de entrevistas para escudriñar en la vida de médicos que han alto desarrollo científico y profesional en el país y se asientan en la cima del éxito más allá de titulares de periódicos. Que vuelan alto, como las águilas.
Los trabajos están elaborados por el escritor y periodista Eloy Alberto Tejera, en cuyo perfil aposenta la publicación de 12 libros y el ejercicio del periodismo por más de 10 años en Estados Unidos. Les dejamos su primer texto.
“Aún me duele y me quita el sueño cuando se me muere un paciente”. Vestido con su bata blanca, a la que sin duda alguna está indisolublemente ligado, como mariachi a su sombrero, el cardiólogo Pedro Ureña, se recuesta en su sillón y da curso a una conversación en la que no establece ninguna distancia con el interlocutor que le queda al frente. Habla suave, sin levantar la voz nunca, con la elegancia que dan las precisas pausas; habla de muchos temas, pero se siente pez en el agua, naturalmente en las especialidades que domina.
Respecto a su personalidad y oficio, su entorno, no desentona nada. El cardiólogo tiene su oficina tan ordenada como el corazón, uno detrás de otro, sus latidos. Una virgen de La Altagracia al frente, un Cristo delgadísimo asentado en una estructura parecida al mármol, un cuadro dibujado por un pintor aficionado en Roma y una pequeña biblioteca en la que abunda temas cardiológicos, resumen aquella ordenación. Si algo delata esta oficina es la sobriedad y el buen gusto. (Y miren que el Feng Shui por allí no ha pasado).
“Nos vamos a mudar pronto”, me había revelado la asistente Giselle minutos antes. Ya allí no se da abasto, Ureña recibe a más de 100 pacientes a diario. Su asistente parece ser una mímesis de su temperamento. Amable y suave.
Origen y vocación
A lo primero que echa mano es a su origen campesino, lo hace como un marinero a la mar.
“El campesino me viene de ambas partes”, asegura y deja establecido que se siente orgulloso de las raíces de cibaeño. Sus padres, de quienes siente una especial veneración, además de ser oriundos de allí, vivieron allá por mucho tiempo. Del campesino le queda lo práctico, lo cálido; recuerda el nombre de quién lo entrevista, me pregunta si estoy cómodo.
Conecta su vocación con el relato de su infancia, ya que era un niño asmático y muchos episodios su madre debió vivirlos con él. “El que es asmático, sabe lo difícil que son esas crisis. Para mí era mágico cuando el doctor Abreu aparecía, me inyectaba y nebulizaba y de pronto me mejoraba. Eso me producía una mezcla de admiración y miedo, y ese rol del pediatra tuvo influencia para que me decidiera por la medicina”.
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El episodio le sirvió para la vocación, pero también para la sentencia: “Los dominicanos deberíamos enfermarnos para saber cómo se sienten los pacientes”, afirma.
Hay otro episodio que señala como fundacional en lo que respecta a su vocación y lo delata de cuerpo entero. Antes de casarse con su actual esposa (Ana María) le preguntó si ella aceptaría que él fuese a atender a un paciente que lo llamara de emergencia en plena boda de una hija de ellos. La respuesta que ella le dio permitió que hoy tengan tres hijas.
Y es que para Pedro Ureña, a quien la reputación y el prestigio sedimentan su nombre, se es médico a tiempo completo, se es médico por encima de todo y no se concibe haciendo otra cosa.
Formación
Su etapa de formación profesional la vivió alrededor de una década en los Estados Unidos. La Florida y Rhode Island le sirvieron para mucho. Además de para poder coleccionar muchos de los títulos que hoy reposan en la pared y para acumular conocimiento que día a día aplica en la práctica, para darse cuenta que el dominicano es especial hasta cuando se trata de ser un paciente. Y esa fue una de las cosas que recalcó.
“El calor humano y el cariño me hacía falta. Tú llegas a cualquier sitio y el paciente dominicano se levanta y te da un abrazo. Eso es difícil en sociedades más desarrolladas”, dice con plena convicción.
“Recuerdo que cuando decidí regresar me hicieron tentadoras ofertas. Y mi esposa Ana María, que al igual que yo ama este país (ella es ecuatoriana, me dijo si aceptas ese trabajo me quedo, pero prepárate para la marchitada que me voy a dar”, evoca Ureña.
Médico a la antigua
La estampa del médico que prefiere es la antigua. La tradicional. Se decanta por borrar distancia entre él y sus pacientes. En todos los conceptos referentes a él, no duda misterios. “Aún me duele cuando se me muere un paciente”, asegura.
Ureña, cuyo ejercicio profesional es reconocido por todo al nivel de la excelencia, le gusta hacerse amigo del paciente, conversar con él, establecer vínculos familiares. Asegura que eso lo hace recordar siempre que es una persona a quien está dando tratamiento.
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Es una filosofía muy particular y que choca con la de escuelas modernas y la de muchos de sus colegas, que aconsejan mantenerse una línea, una distancia. Pedro Ureña la ha cruzado con gusto.
De su etapa viviendo en los Estados Unidos y su práctica médica allá, hay algo que cita y que llama la atención. “Humble significa humildad, es la sensación de que todos vamos a morir, pero el rol del médico es tratar de que eso no suceda a toda costa; pero tener la conciencia de que en algún momento vas a perder esa batalla”.
Familia
Para Pedro Ureña su familia es sagrada. Cuando habla de ella, el tono de voz muy soterradamente cambia de ritmo. Para cada uno de sus familiares tiene un sitial, un adjetivo. La madre se encargó de la familia; el padre, Gilberto, es definido como un hombre trabajador e íntegro; y sus abuelos, Demetrio, cae en el renglón de trabajador campesino, y Toribia Almonte, alias doña Negra, la que la apoyó desde los seis años cuando a él se le metió en la cabeza la medicina.
Esos valores lo ha recogido junto a es esposa, quien ha procreado “tres hermosas hijas”. Una de ellas estudió medicina, (Ana Paula, la segunda) y siente muy orgulloso de ella, y de poder ser su orientación y guía. Si algo lamenta es que se ha perdido muchos momentos mágicos con sus hijas por la naturaleza de su oficio. “Pero lo volvería a hacer”, dice En Ureña los valores familiares priman tanto que trabaja y algunos de sus vecinos son hermanos suyos.
Hobby
Siendo fiel a su oficio de cardiólogo, a los hobbies o pasatiempos en que Pedro Ureña, son los que están conectados a la adrenalina. “Los cardiólogos manejamos mucho stress, por las situaciones que uno enfrenta y maneja”. Y el especialista en el corazón tiene su forma de botarlos. Montar bicicleta, kayak (variedad de piragua), bucear, la playa.
Sus picos
La carrera de Pedro Ureña tiene sus crestas, sus destacados picos. Fue médico de cabecera del cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez y estuvo en el equipo cuando lo intervinieron. Al cardenal, al que muchos creen un «cascarrabias», Ureña lo definió como un paciente obediente. Pero esto no infla su ego. Habla de ello con la misma pasión que cuando habla de la fundación a la que pertenece o la necesidad que el sistema de salud funcione.
Dice: “Esa intervención sirvió para que los dominicanos crearan conciencia de los problemas cardiovasculares. Hasta se publicó. Estableció un importante antes y después respecto a esa operación”. Fue importante que el cardenal optara por realizársele aquí cuando pudo haber viajado para ello.
Una hora y media conversando y nunca la vanidad del destacado profesional aflora. Sus reflexiones se encarrilan por lado de la seguridad social, porque el paciente dominicano no sea un desamparado más de un sistema que muchas veces lo ve como un número.
“Conozco a gente que ha tenido que vender su casa para poder operarse del corazón. Eso no puede ser. Aquí no hay sistema de seguridad, hay un sistema de salud en evolución”, dice.
El hombre que tiene fama de tener una fama de impenetrable, muestra una accesibilidad extrema. Se despide, da la mano, la calidez asoma, mira a los ojos, borra así la distancia que existe entre dos personas, y da la sensación y la esperanza de que los médicos tradicionales aún no se han extinguido, de que los pacientes somos más que números de las ARS o sujetos para engordar las terribles cajas registradoras.
La amable Giselle ha vuelto y nos escolta, haciendo mímesis de la amabilidad de Ureña, mientras me queda flotando en la mente una frase que dijo y que establece la pasta de que está hecho el personaje que entrevisté: “Creía que con el paso del tiempo el alma del médico se endurece o pierde sensibilidad; pero no, todavía me duele y me quita el sueño la muerte de un paciente”.
Por Eloy Alberto Tejera