Innovar es vida

directorafri.JPG

directorafri.JPGPriscilla Torres, brasileña, tenía 24 años cuando recibió el diagnóstico que le cambió la vida: artritis reumatoide, una enfermedad degenerativa que no tiene cura. Lo primero que pensó fue en su hijo de 4 años. Se imaginó que en su adolescencia él iba a tener que llevarla en una silla de ruedas a todas partes. Alexandra Núñez, costarricense, tenía 26 años cuando fue diagnosticada con cáncer de pulmón, sin haber fumado un cigarrillo en su vida. Estudiaba arquitectura y su futuro estaba lleno de sueños. Lo bueno es que fue detectado en una etapa temprana; lo malo es que la quimioterapia convencional no dio resultado porque tenía una mutación genética que lo hacía mucho más agresivo y difícil de tratar.

Las historias de estas dos pacientes latinoamericanas tuvieron un final feliz gracias a un elemento común: la innovación en salud. Ambas recibieron tratamientos y medicamentos innovadores que les han permitido vivir una vida normal y recuperar un horizonte de futuro. Hoy, el hijo de Priscilla tiene 20 años y hacen pilates juntos en el gimnasio. Mientras que Alexandra ya está en remisión del cáncer y decidió estudiar Derecho para ayudar a otros pacientes de Latinoamérica en el acceso a una mejor salud.

Le puede interesar:

Fin de semana se prepara para disertaciones médicas

Muchas veces nos quedamos con el buen final de una historia, pero no profundizamos sobre su origen. Para que esas innovaciones en salud beneficien a los pacientes se necesita un largo proceso de investigación, de pruebas, de sinergias y de trabajo colectivo. Un proceso que comienza con un concepto que no se valora lo suficiente: la propiedad intelectual. Es decir, el derecho que tienen los creadores de proteger sus obras, ya sean artísticas, invenciones científicas, patentes o marcas, entre otros tipos.

En el campo farmacéutico, la protección de la propiedad intelectual es lo que alienta a las compañías para explorar tratamientos y medicamentos innovadores que brinden bienestar a las personas. Las compañías farmacéuticas invierten años de investigación y desarrollo en nuevos productos. A veces, un proyecto de años puede fracasar en la etapa final, generando grandes pérdidas. Sin la protección de la propiedad intelectual, las compañías no podrían desarrollar productos y tratamientos innovadores.

Y me atrevo a ir más allá. Sin propiedad intelectual, no habríamos podido resolver la pandemia por Covid-19. Es cierto que el motor de la innovación fue la urgencia que generó la propagación mortal del virus. Pero el elemento decisivo fue el avance tecnológico; las capacidades que ya estaban instaladas y que se aprovecharon en el momento. Las vacunas desarrolladas para el Covid-19 son el resultado de décadas de trabajo previo adelantadas por farmacéuticas e institutos de investigación. Sin ese avance, jamás se habría logrado una respuesta inmunológica tan rápida y eficiente de producir. Y sin la protección de los derechos de invención, habría sido imposible desarrollar esa tecnología y lograr los fondos financieros para su investigación.

Otro elemento clave en esta ecuación es el azar. El riesgo es intrínseco a la ciencia de innovar. ¿Cuántos de los experimentos que trabajan científicos en todo el mundo fracasan a diario? ¿Cuántas investigaciones, que han implicado millonarias inversiones, arrojan datos negativos? En términos de innovación, sin riesgo no hay avance. La propiedad intelectual es un seguro que tienen los creadores para poderse equivocar en un par de intentos. Pero después de eso, se puede abrir el camino para un nuevo descubrimiento que impulse la humanidad hacia un mejor destino.

El gran catalizador de la innovación en salud es la propiedad intelectual. Y tal vez, ni Priscila ni Alexandra, sepan que detrás de esas sonrisas que hoy pueden compartir con sus seres queridos están involucradas esas dos palabras.

Por eso, desde Fifarma, vamos a seguir aportando para que los ecosistemas de salud crezcan en innovación, apalancados en la protección de la propiedad intelectual. Quitémonos de la cabeza la idea equivocada de que la innovación es un gasto. Por el contrario, es una valiosa inversión. No esperemos otra pandemia para continuar innovando; eso no tendría sentido. La mejor inversión que podemos hacer como sociedad es invertir en la vida; invertir en innovación. Porque cuando hablamos de salud, innovar es vida.

Por Yaneth Gina

Directora Ejecutiva de Fifarma